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Cuando chocan el conflicto armado y el cambio climático: advertencia del CICR a días de la COP26

En vísperas de la COP26, el director general del Comité Internacional de la Cruz Roja, Robert Mardini, emite el siguiente comunicado tras su visita a Malí.

Bamako/Ginebra (CICR) – El cambio climático está en todas partes, pero en Malí, un país sumido en el conflicto armado desde hace casi diez años, está llevando a muchas familias a una situación extrema.

En un extenso y polvoriento campamento de desplazados, Hawa Dicko me contó que había perdido su hogar dos veces: primero, por el clima, y después, por la violencia causada a raíz de tensiones por la competencia por el agua y las tierras de pastoreo. Un agricultor me explicó que los cambios en las pautas meteorológicas hacían la vida cada vez más difícil, incluso antes de que atacaran su aldea y le dispararan en la cabeza, hecho que lo dejó cuadripléjico. Y un joven pastor de apenas 17 años contó que un artefacto explosivo improvisado casi terminó con su vida cuando iba en busca de agua con el ganado de su familia. Cinco meses después, sigue en recuperación en el hospital regional de Mopti.

A pocos días de la reunión de dirigentes mundiales que se realizará la semana próxima en Glasgow con motivo de la COP26, no hemos de olvidar a las comunidades que viven en medio de conflictos armados y crisis climáticas. Pese a ser las más vulnerables al cambio climático, son las más postergadas por la acción climática.

En Malí, los efectos del cambio climático recrudecen una situación de por sí muy grave. Desde 2012, la vida de sus habitantes se ha visto profundamente perturbada por un conflicto armado que se extendió desde el norte hacia las regiones centrales y ha provocado muertes, desplazamientos y desastres económicos. Al mismo tiempo, Malí está volviéndose cada vez más caluroso y seco, mientras que el desierto del Sahara, que ya representa dos terceras partes del país, está en expansión. Las precipitaciones anuales aumentan a niveles impredecibles. Y los fenómenos meteorológicos extremos, como las inundaciones y las sequías, son cada vez más comunes.

Estos fenómenos afectan las rutas migratorias tradicionales del ganado y así llevan a los pastores, como la familia de Hawa, a instalarse en zonas donde hay mucha presión sobre los recursos naturales, lo que aumenta el riesgo de tensiones con los agricultores. Al mismo tiempo, el conflicto y la inestabilidad dificultan aún más la adaptación al cambio climático por parte de la población mediante, por ejemplo, modificaciones en sus métodos de cultivo o un cambio radical en sus medios de subsistencia.

Por otra parte, los vecinos de Malí también están sufriendo. En toda la región del Sahel, que además abarca Burkina Faso, Níger, Chad y Mauritania, las crisis interconectadas y superpuestas tienen su origen en una combinación de conflictos que se intensifican, un aumento en la inseguridad alimentaria y la aceleración del cambio climático.

Los peligros relacionados con el clima ya han provocado daños en casi el 80 % de las tierras agrícolas del Sahel, según Naciones Unidas, con lo cual se han reducido drásticamente las fuentes de alimentos. Se informa que unos 29 millones de personas en la región necesitan asistencia y protección humanitarias, hoy más que nunca. Si tenemos en cuenta que se espera que la población del Sahel aumente más del doble para 2050 y supere los 190 millones de habitantes, existe un riesgo muy real de que las personas queden atrapadas en medio de crisis por años.

El CICR observa los graves efectos de la convergencia entre el cambio climático y el conflicto armado en muchos otros contextos, desde Afganistán hasta Somalia y Yemen.

No caben dudas de que quienes viven en países afectados por conflictos armados están entre los más vulnerables a la crisis climática en todo el mundo. También son los más desatendidos en cuanto al otorgamiento de financiación y apoyo adecuados.

En Malí, fui testigo de un sufrimiento terrible. También vi la dignidad y la determinación de muchas personas que quieren ser autosuficientes, reconstruir sus hogares y medios de subsistencia y vivir en paz.

En el plano local, sobra voluntad para buscar maneras de sobrellevar los cambios del clima. Pero sin el apoyo decisivo de la comunidad internacional, lo que ocurre hoy en Malí no hará más que empeorar. Y en muchos otros lugares, veremos una multiplicación de crisis similares.

Esto implica que se deberá subsanar la brecha de financiación respecto de los países de medianos ingresos. También implica destinar más dinero a iniciativas de adaptación, que aún siguen muy atrasadas en cuanto a fondos respecto de las acciones de mitigación de los efectos del cambio climático.

Ambas revisten la misma importancia: las medidas de mitigación son fundamentales para contener la crisis y evitar un desastre humanitario. Pero la crisis ya manifiesta consecuencias graves, y la población necesita apoyo para adaptarse.

Es esencial actuar de manera urgente y colectiva, tanto en la COP26 como después.

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