Cada vez más adoptada, la siembra en verde mejora la estructura y salud del suelo. Requiere planificación, pero sus beneficios pueden superar ampliamente los riesgos en campañas húmedas.
La siembra en verde consiste en implantar cultivos de verano —como maíz, soja, algodón, sorgo o girasol— sobre un cultivo de cobertura aún vivo, que luego se controla de forma mecánica o química. En Estados Unidos, especialmente en Kentucky, Tennessee, Mississippi y Arkansas, esta práctica gana terreno entre los productores que buscan sistemas agrícolas más sustentables.
Entre sus ventajas, se destaca la mejora en la estructura del suelo, que se traduce en mayor estabilidad y resiliencia. Además, favorece la infiltración y retención de agua, aumenta la competencia contra malezas y contribuye a la fijación de carbono. También ayuda a regular el consumo de agua del lote, lo que puede evitar anegamientos y reducir la temperatura del suelo.
No obstante, la técnica presenta desafíos. Puede existir competencia por agua y nutrientes entre el cultivo de cobertura y el de renta, y el exceso de rastrojo puede complicar la siembra. También exige un control preciso del cultivo de servicio y una vigilancia constante ante posibles plagas o enfermedades.
Los especialistas recomiendan ajustar densidades y fechas de siembra, evaluar la disponibilidad de agua en el perfil y contar con sembradoras adaptadas para alta cobertura. Una planificación adecuada del control del cultivo de servicio y un monitoreo permanente son claves para el éxito.
En conclusión, la siembra en verde puede convertirse en una aliada estratégica para mejorar la salud del suelo y la sustentabilidad del sistema productivo. En ambientes con buena oferta hídrica y productores dispuestos a optimizar su manejo, esta técnica promete resultados más que positivos.
